Es extraño cómo el recuerdo de un sabor te puede transportar tan fácilmente a otro lugar u otro tiempo. Y es que a veces parece que no nos damos cuenta de lo importante que es la gastronomía en nuestras relaciones personales. Puedes olvidar a las personas con una facilidad pasmosa, pero difícilmente olvidarás si esta te regaló un trozo de pastel (y lo rico que estaba) o si alguien te trajo especias de Marruecos o queso de Italia.
Hace muchos años conocí a una mujer absolutamente maravillosa, emanaba paz, siempre vestía con alegres colores y olía al mismísimo paraíso: una mezcla extraña de especias que te dejaba en la ropa tras sus largos abrazos. Era alta, fuerte, con el pelo blanco y su voz era cálida y respetuosa. Se sentaba en la cafetería con su té, su tostada y esa satisfacción que sólo tienes cuando has terminado todas tus tareas y eres libre. Me pasé años intentando descubrir por qué y cómo había conseguido ese estado de envidiable serenidad. En sus visitas a mi pastelería me contaba historias sobre sus viajes a la India y, en una ocasión, me trajo Chai. Por mucho que pasen los años seguiré recordando a aquella mujer cada vez que vea, huela o saboree un magnífico té de especias. Hace poco me enteré de que había muerto, estaba enferma pero no lo parecía.
Aunque la pena es un sentimiento extraño no la sentí por ella, estoy segura de que había alcanzado el máximo grado de felicidad posible.
Ojalá algún día me tome un Chai en la India y ojalá algún día aprendamos que nuestra estancia aquí es muy corta y que lo que se queda no es más que el sabor y los abrazos.